Entre tanta tendencia, la ciencia
Porque entrenar no es crear contenido. Es planificar con criterio.
En una industria cada vez más dominada por la inmediatez y el impacto visual, el entrenamiento bien estructurado —el que parte de una intención, una progresión y un criterio claro— sigue siendo, en demasiados contextos, una rareza.
Y no debería serlo.
Porque detrás de cada ejercicio hay una decisión.
Y toda decisión implica responsabilidad.
Responsabilidad con la persona que tienes delante.
Con su historia de movimiento, sus limitaciones, sus objetivos.
Con su confianza, que en muchos casos es lo único que te entrega en la primera sesión.
Responsabilidad con el proceso
El que va del “no puedo agacharme sin dolor” al “vuelvo a correr”,
del “no sé por dónde empezar” al “siento que tengo un plan”.
Y responsabilidad con la profesión
Porque el entrenamiento estructurado y adaptado con criterio no solo mejora la vida de quien lo recibe.
También eleva el estándar de quienes lo imparten.
Le da sentido a ser entrenador, preparador, docente o técnico.
Y nos diferencia del ruido.
Hoy cualquiera puede mostrar un ejercicio.
Basta con un ángulo atractivo, un par de frases inspiradoras y una base musical con ritmo.
Pero enseñar a moverse, a entender cuando dar el máximo y también cuando parar… eso ya no entra en el frame.
Eso no genera likes, pero sí transforma realidades.
Un buen ejercicio no es el que más visualizaciones tiene.
Es el que encaja en un engranaje transformador.
Porque no se trata de inventar nuevos movimientos,
sino de enseñar mejor los que ya funcionan.
De construir desde lo básico.
De entender que cada movimiento es una puerta de entrada a más salud, más rendimiento o simplemente más autonomía.
Y eso exige método.
Exige observación.
Exige elegir con intención.
A veces me preguntan cómo se estructura un buen programa.
Si tiene que ver con el ejercicio, la intensidad, la variedad...
Durante mi carrera profesional he tenido la oportunidad de trabajar con personas que apenas podían moverse y con deportistas de alto rendimiento.
También de explicarlo en cursos y universidades, frente a futuros entrenadores que buscan entender cómo se toma una buena decisión técnica.
Y siempre llego a la misma conclusión:
No se trata de ejercicios sueltos.Se trata del contexto.
Se trata de saber cuándo un cuerpo necesita movimiento,
cuándo necesita resistencia al movimiento, y cuándo está preparado para aplicar, cargar y transferir y una vez allí, cuándo darle velocidad.
Se trata de no quedarse en el “qué”,
sino entender el “para quién”, el “para qué” y el “en qué momento”.
Y sí, está claro que nuestra industria del fitness avanza hacia la inteligencia artificial, algoritmos de entrenamiento, apps personalizadas, wearables y plataformas de datos cada vez más sofisticadas…
Sin negar el beneficio de la innovación, no deberíamos olvidarnos de lo esencial: el movimiento.
El que no necesita filtros,
el que no se mide solo en pasos ni calorías,
sino en decisiones bien tomadas y seres humanos bien entrenados.
Porque detrás de toda la tecnología,
la elección de un ejercicio sigue dependiendo de algo que ninguna app puede replicar:
criterio.